Ecología suave andina

From the Series: Alterecologías

“Sociedad de animales”. Extraído de: Lévi-Strauss, Claude (1964) El pensamiento salvaje. México, Madrid: Fondo de Cultura Económica. Pp. 128-29. Ilustración: Gangel, Metz. Caricatures. Paris: Musée National des Arts et Traditions Populaires, Cat. N08 50-39-2583.

A finales de abril de 2024, tras la temporada de lluvias, todos los campesinos quechua hablantes del ayllu Coipasi (ubicado en el norte del Departamento de Potosí, Bolivia) lamentan la escasez de agua existente pese a que las lluvias han sido bastante abundantes, como ellos mismos reconocen. Esta breve reflexión pretende dar respuesta a esta aparente contradicción desde una etnografía del clima y la ecología andina, proponiendo un concepto, el de ecología suave, que permita entender las relaciones que se establecen entre los diferentes seres y elementos que intervienen en esa compleja ecología local.

Para los coipaseños, la lluvia buena, la deseada, es conocida con el término de llanupara y traducida como “lluvia suavecita” (llanu remite al término castellano “llano”, que es traducido en la región como “manso”). La llanuparita, término coloquial, es suave porque es el tipo de lluvia deseada en cantidad y tiempo: no es ni excesiva (como sí lo son la lukupara—tormenta con lluvia torrencial—o la saqrapara—granizada—) ni muy fina (iphuparita—llovizna—). La llanupara es una lluvia constante, que dura días e incluso semanas, que está acompañada por un cielo nublado y una temperatura fresca. Esta forma “suave” de llover permite a los cerros acumular la lluvia para dar lugar posteriormente a las diferentes fuentes de agua: ríos y ojos de agua. Pero también permite a la tierra (jallp’a) ir humedeciéndose, pues penetra hacía el interior y consigue que la humedad permanezca durante mucho tiempo, incluso más allá de la temporada de lluvias.

Nubes antes de una lukupara. Fotografía de Óscar Muñoz Morán.

Es decir, la llanuparita es aquella que proporciona las condiciones necesarias para que la lluvia se quede en el espacio terrestre (kaypacha) y permita el agua. Porque el agua no es aquello que cae del hananpacha (espacio superior, celestial). De allí solo viene la lluvia, que posteriormente es transformada en agua por los cerros y la tierra. En general se afirma que son los cerros los que reciben la lluvia y los que “hacen” el agua, pues en ellos se encuentran sus fuentes. Esta agua, posteriormente, fluye y corre cerro abajo, pasando por el pueblo, las huertas y llegando a la pampa, donde desaparece tras secarse entre barrancas y tierras yermas.

Esta agua que no se ha filtrado a la tierra y corre de una manera suave (no como la de las tormentas o el granizo, que son lluvias “graves”, y que no se pueden controlar) puede ser regulada por los humanos. Ellos son los que deben amansar el agua y hacerla llegar a aquellos lugares donde la necesitan los humanos, las plantas o los animales. La idea del “amansamiento” del agua como forma de relación también requiere de la comunicación con las nubes y las lluvias (Arregui 2022). Así, cuando la tormenta o el granizo hacen acto de presencia, los coipaseños les interpelan para conseguir o bien desviarlos hacía los cerros (donde estos harán agua con ella) o bien detenerlos cuando ya los tienen encima. A la lluvia excesiva se le “sopla”, diciéndole “p’ua, p’ua”. Al granizo le gritan mientras tocan las campanas, le mandan humo tras quemar ramas verdes en sus patios o las mujeres le muestran el trasero.

Las nubes, los cerros y la tierra se muestran como los agentes hacedores de agua. Ellos hacen lluvia y agua que una vez en el kaypacha debe articular las relaciones complejas entre humanos, plantas y animales, entre otros (dejamos fuera de este análisis a los espíritus y almas de los muertos). Siguiendo a Roy Wagner, Catherine Allen ha denominado este entramado de relaciones como un modo de “encadenamiento de seres fractales” (2020, 215). Pareciera que esta relacionalidad se construye sobre el concepto de “crianza mutua” (uyway, traducido también como “amansar”), es decir, “conversaciones, entendimientos, negociaciones, pactos, reciprocidades, intercambios y acuerdos entre seres humanos y no humanos” (Lema 2014, 307).

Lo que aquí propongo, partiendo del término llanupara, es entender este sistema de cohabitación como una ecología suave, es decir, una ecología donde las relaciones se establecen a partir de modos suaves de existencia. Esta suavidad no está definida necesariamente por valores de intensidad sino por modos deseados de ser.

Para entender conceptualmente esta idea de suavidad me remito a la propuesta analítica de Kazuyasu Ochiai de la “cultura suave”. Para Ochiai la cultura suave es la de las sutilezas, los valores imperceptibles de la cotidianidad y que definen las percepciones (principalmente la cosmología) de los indígenas mayas de Chiapas. Frente a la cultura suave, se encuentra la “cultura dura”, aquella privilegiada por los antropólogos, la de los rituales, el parentesco o la religiosidad (2020).

Esta conceptualización analítica de la suavidad propuesta por Ochiai nos remite precisamente a la idea de suavidad implícita en la llanupara, donde las nubes no son negras, sino que tienen un color más gris/blanco. La lluvia es suave, no fina como la iphupara. Y debe llover lo suficiente para que la tierra sea penetrada, no únicamente mojada. Estas sutilezas casi imperceptibles, tan difíciles de etnografiar y al mismo tiempo tan cruciales, son las que nos permiten comprender como humanos y no humanos se vinculan unos con otros en aquello que he descrito como ecología suave andina.


Referencias

Arregui, Aníbal G. 2022. “Reencontrando al principito: de sintonías corporales y ecologías infra-especie”. En Vitalidades. Etnografías en los límites de lo humano, editado por Aníbal G. Arregui y Juan Martín Dabezies, 243–262. Madrid: Nola Editores.

Allen, Catherine J. 2020. “Inqaychus andinas y la animacidad de las piedras”. En Andes. Ensayos de Etnografía Teórica, editado por Óscar Muñoz Morán, 193–226. Madrid: Nola Editores.

Lema, Verónica. 2014. “Criar y ser criados por las plantas y sus espacios en los Andes Septentrionales de la Argentina”. En Espacialidades altoandinas. Nuevos aportes desde la Argentina Tomo I: Miradas hacia lo local, lo comunitario y lo doméstico, editado por Alejandro Benedetti y Jorge Tomasi, 301–338. Buenos Aires: Universidad de Buenos Aires.

Ochiai, Kazuyasu. 2020. “Trasmisión de la cultura suave tras generaciones: lecciones aprendidas a partir de los estudios mayas”. En Mesoamérica. Ensayos de etnografía teórica, editado por Pedro Pitarch, 161–192. Madrid: Nola Editores.