Cali: The City of Resistance / Cali: Ciudad de la resistencia
From the Series: #SOSColombia: Dispatches and Reflections from El Paro Nacional / #SOSColombia: Comunicados y reflexiones desde el paro nacional
From the Series: #SOSColombia: Dispatches and Reflections from El Paro Nacional / #SOSColombia: Comunicados y reflexiones desde el paro nacional
Translated by Diana Romero
Cali, Colombia, is a city where Indigenous, afro-descendent, and migrant populations converge. A place where dance, music, and beauty are expressed in diverse forms. After the last year of the pandemic, the economic crisis is palpable for many in the city. In this economic context, the Colombian government presented a tax reform, which for many analysts was totally regressive for the most vulnerable societal sectors. On April 28, 2021, the national strike and peaceful protests began. It was only 6 a.m. when Cali woke up with the news that the Misak Indigenous community had torn down a symbol of caleñidad: the statue of one of the Spanish colonizers, Sebastian de Belalcazar. Prior to this, in 2020, we were discussing the very re-signification of this colonial symbol.
During the protests, the indignation and the demands toward the government were at the core of artistic expressions, songs, and drums. By the end of the afternoon, buses in flames and looting were the excuse for the national government to determine that Cali would receive military assistance, which meant a large deployment of military and police forces. The local government lost its legitimacy. What came next was a strong military repression: more than forty-five murders, two hundred people missing, and more than five hundred injured people. These acts of violence further strengthened the nodes of resistance, which expanded to other areas in the city.
To resist until you make a change.
Column opinionists, social organizations, and academics alike are surprised by this resistance. They had never seen something like this before. Unlike other social mobilizations, in 1977 for instance, these manifestations weren’t emerging from a single societal sector or mobilized exclusively from within the unions or leftist student parties.
Young populations who’ve been leading the protests don’t have access to higher education and work. In Cali, unemployment for young people went from 6.5 percent in 2018 to 27 percent by March 2021. It is a resistance front that feels that there is no future and who prefer to die as martyrs of the protests than to die in the ranks of crime, since in most cases, illegal economies are the only way to survive. Young protestors have begun to occupy places and re-coin these very spaces, for instance, Puerto Rellena for Puerto Resistencia (Port Resistance) and Loma de la Cruz for Loma de la Dignidad (The Hill of Dignity).
Some of the mothers and community elders cook for everyone. For many, it has been the best time to feed oneself since the pandemic began. Even without political training, they appeal to new languages and their struggle has given them a purpose in life: to be the ones to generate change. They feel strong, resistant, without fear of death. They have nothing to lose and, on the contrary, they have already gained a lot.
Through self-management, learning in the field, and interaction with different organizational and student actors, the people in the nodes of resistance are strengthening their political positions. Although some institutional actors view them with disdain, the truth is that they generated discomfort for the government, that they’ve made the affluent expose their pettiness, and that many support them while the eyes of the world are on Cali.
Cali es una ciudad donde confluyen poblaciones indígenas, afrodescendientes y migrantes. Es un lugar donde el baile, la música y la belleza se expresan de formas diversas. Tras un año de pandemia, la crisis económica es notable para muchos en la ciudad. En este escenario, el gobierno colombiano presentó una reforma tributaria, que para muchos analistas era totalmente regresiva con los sectores más vulnerables. El 28 de abril se convocó a un paro nacional y a manifestaciones pacíficas. Eran sólo la 6 am, cuando Cali se despertó con la noticia que los indígenas Misak, habían derribado un “símbolo” de la caleñidad: la estatua de uno de los colonizadores españoles, Sebastian de Belalcázar. Antes, parte del 2020, estuvimos discutiendo sobre la resignificación de dicho símbolo colonial.
En las marchas, la indignación y el reclamo al gobierno fueron el centro de expresiones artísticas, cantos y tambores. Hacia el final de la tarde, actos de quema de buses y saqueos, fueron la excusa para que el gobierno nacional determinara que Cali recibiría asistencia militar. Lo que significó un gran despliegue de fuerzas militares y policiales. El gobierno local, perdió legitimidad. Lo que vino después, fue una fuerte represión militar: más de 45 asesinatos, 200 jóvenes desaparecidos y más de 500 heridos. Esto solo logró que los puntos de resistencia se fortalecieran, se ampliaran a otras zonas de la ciudad y recibieran apoyo de diversos sectores.
Resistir hasta lograr un cambio.
Columnistas de opinión, organizaciones sociales y académicos se asombran de esta resistencia. Nunca antes habían visto algo así: a diferencia de otros estallidos sociales, como 1977, ahora no es la demanda de un solo sector y no esta centralizada en sindicatos y partidos de izquierda o apoyada por estudiantes, exclusivamente. En los puntos, cuyos nombres fueron resignificados por los manifestantes: Puerto Rellena por Puerto Resistencia, Loma de la Cruz por Loma de la dignidad, se observan jóvenes de las periferias de la ciudad.
Algunas madres y personas de más edad cocinan para todos. Para muchos, ha sido el tiempo en que mejor se han alimentado desde el inicio de la pandemia. Son aquellos que no tienen acceso a la educación superior ni al trabajo. En Cali se pasó de una tasa de desempleo en jóvenes del 6,5% en 2018 a una del 27% para marzo del 2021. Es un frente de resistencia que se sienten sin futuro, y que prefieren morir como héroes del paro que morir en las filas de la delincuencia, pues es en la mayoría de los casos, las economías ilegales el único camino de supervivencia. Aún sin formación política, apelan a nuevos lenguajes y su lucha les ha dado un propósito de vida: ser quienes generen un cambio. Se sienten fuertes, resistentes, sin miedo a la muerte. No tienen nada que perder y, al contrario, ya han ganado mucho.
Desde la autogestión, el aprendizaje en el terreno y la interacción con diferentes actores organizacionales y estudiantiles, las personas en los puntos de resistencia van fortaleciendo su posición política, y aunque, algunos actores institucionales los ven con desprecio, lo cierto es que han logrado que el gobierno se sienta incómodo, que los más acomodados desplieguen abiertamente su mezquindad, que muchos los apoyen y que los ojos del mundo conozcan a Cali.