Turn off the Hunger, but Not the Pots! / ¡Que se apague el hambre pero no la olla!
From the Series: #SOSColombia: Dispatches and Reflections from El Paro Nacional / #SOSColombia: Comunicados y reflexiones desde el paro nacional
From the Series: #SOSColombia: Dispatches and Reflections from El Paro Nacional / #SOSColombia: Comunicados y reflexiones desde el paro nacional
Translated by Diana Romero.
The pot was lit long before the social upheaval emerged in Cali, Colombia. Young people who had gone to college and worked for the previous mayor’s office (2016–2019) wondered how to reduce the intensity of the violence that was brewing on both sides of the so-called invisible borders in the marginalized neighborhoods of the city.
They found a powerful answer in setting up community pots located right where things had escalated. Around the wood stove, not only were they nourishing communal well-being but also the stomachs that could not afford more than one meal a day. In these places, the community strengthened their bonds and gathered the youth, women, and children together around potato sack competitions, cinema in the park, and artistic shows by the local communities.
As the pandemic took course, and with a new administration in power, the accumulated hunger became unbearable. Chronic periods of confinement, accompanied in the best-case scenarios by insufficient subsidies, caused unemployment to become of critical concern. Informal labor could no longer guarantee access to even one meal a day. Cali became the epicenter of the national discontent that exploded on April 28, 2021, with an unprecedented cycle of protests, shortages of food, gas, and other basic goods. The state’s response was characterized mainly by disproportionate violence and all types of human rights violations. At least forty-three people have been killed and 129 remain missing. As people’s hunger and indignation roared, the meal centers organized by the mayor’s office and the church stopped functioning.
People who had previously experienced the warmth of the community pots asked for their return. The first one to reactivate was located in Siloé in commune 20. Then, Potrero Grande in commune 21, followed by Mojica and Comuneros I in commune 15. Now, there are eleven “pots of dignity” that are lit daily in ten neighborhoods of Cali.
The young people who had worked for the previous mayor’s office have built bonds of trust with those who control the mobilization sites, which allow them to receive donations, collect food, and take it or send it to each of the places in which a community pot is lit.
Without the pots, many people would be simply unable to eat. Some young people say that they are now eating better and more than in the days of hunger that caused the protests to boil in the first place. The mazamorrero provides the pot, the lady from the shop lends the ladle, someone takes care of the firewood and many others bring forth solidarity and empathy.
Men and women, but mainly the mothers, aunts, and grandmothers of the structurally excluded young people who are leading the protests try to make the beans, lentils, and sancochos taste like the Cauca or Pacífico version of these dishes, depending on their origins. Each pot feeds between 200 and 250 people a day. The dynamics of the protest and repression oscillate daily, but the pots remain lit.
It has been a month and six days since the protests began. We don't yet know which outcomes they will have, but let’s hope that the historical inequities—which have been exacerbated to intolerable levels with the pandemic—will be dealt with decisively. We trust that the hunger will fade out and the pots will stay lit. Through these pots and the solidarity they build, there should be a further nourishment of community, a future inclusive of the youth, educational projects, equity, and peace-building initiatives. And, of course, lots of full bellies and happy hearts.
If you want to contribute resources for the community pots in Cali, you can find information on how to donate here.
La olla se prendió mucho antes de que el estallido social surgiera en Cali. Jóvenes que habían pasado por la universidad y trabajaban para la alcaldía anterior (2016-2019) se preguntaron cómo bajarle el fuego a la violencia que se cocinaba a un lado y otro de las fronteras invisibles en barrios marginados de la ciudad.
Encontraron una respuesta poderosa en montar ollas comunitarias ubicadas justo allí donde las cosas se habían puesto más calientes. En torno al fogón de leña no solo se alimentaba la convivencia y las barrigas que no podían permitirse más de una comida al día. También se lograban estrechar los lazos comunitarios y congregar a los jóvenes, las mujeres y los niños alrededor de competencias de costalados, cine al parque y presentaciones artísticas de los mismos habitantes.
Una pandemia más tarde, con otros gobernantes en el poder, el hambre acumulada se tornó demasiada. Los episodios repetitivos de confinamiento, acompañados en el mejor de los casos por subsidios insuficientes, hicieron que el desempleo se volviera crítico y que el trabajo informal ya ni siquiera alcanzara para garantizar una comida al día. Cali se convirtió en el epicentro del descontento nacional que explosionó el 28 de abril de 2021 con un ciclo de protestas sin precedentes, desabastecimiento de alimentos, gasolina y otros bienes básicos, y una respuesta estatal caracterizada principalmente por la violencia desproporcionada y todo tipo de violaciones a los derechos humanos. Al menos 43 personas han sido asesinadas y 129 permanecen desaparecidas. Mientras que las entrañas y la indignación rugían, los comedores comunitarios organizados por la alcaldía y la iglesia dejaron de operar.
La gente que había vivido anteriormente el calor de las ollas comunitarias clamó por su regreso. La primera en reactivarse fue la de Siloé en la comuna 20. Luego la de Potrero Grande en la comuna 21 y Mojica y Comuneros I en la comuna 15. Ahora son once ollas de la dignidad que se encienden a diario en 10 barrios de Cali.
Los jóvenes que habían trabajado para la alcaldía anterior, gracias a haber construido lazos de confianza con quienes controlan los puntos de la movilización, reciben donaciones, acopian alimentos y logran llevarlos o hacerlos llegar a cada uno de los lugares donde se prende un fogón comunitario.
Sin las ollas, muchas personas simplemente no comerían. Algunos jóvenes dicen que ahora están comiendo mejor y más que en los días de hambre que llevaron al paro. El mazamorrero pone a disposición la olla, la señora de la revueltería presta el cucharón, alguien se encarga de la leña y muchos aportan solidaridad y empatía.
Hombres y mujeres, pero principalmente las madres, las tías y las abuelas de los jóvenes estructuralmente excluidos que protagonizan las protestas, se dan maña para que las frijoladas, las lentejadas y los sancochos sepan a Cauca o a Pacífico, dependiendo de sus orígenes. Cada olla alimenta entre 200 y 250 personas al día. Las dinámicas del paro y la represión cambian a diario, pero las ollas permanecen prendidas.
Llevamos un mes y seis días desde que iniciaron las protestas. No sabemos cómo se va a resolver todo esto, pero esperamos que las inequidades históricas, exacerbadas a niveles intolerables con la pandemia, sean atendidas de manera contundente. Confiamos en que el hambre se apague pero las ollas no. En ellas se debe seguir cocinando comunidad, un futuro para los jóvenes, procesos pedagógicos, equidad e iniciativas de construcción de paz. Y, desde luego, muchas barrigas llenas y corazones contentos.
Si quieren aportar recursos para las ollas, pueden visitar esta pagina.