Memorias Desatendidas: Murales por la Justicia en Colombia
Durante un mes, el desapacible ruido de helicópteros Black Hawk sobrevuela Cali mientras las protestas continúan sin desfallecer. Irrumpe en hogares y perturba el sueño mientras vigila una ciudad varada en un mar verde. Desde tiempos de la Colonia, el monocultivo de caña de azúcar se ha tomado el suelo generoso. Para finales del siglo XX, cuatro familias eran dueñas del 76% del mercado azucarero. Hoy, la industria cañera se ha convertido en un clúster económico enormemente rentable, que comercia con, entre oros productos, alimentos procesados, licores y biocombustibles. En pleno siglo XXI, prácticas coloniales de producción perviven en una agricultura depredadora de tala y quema gracias a subsidios subrepticios y generosas exenciones de impuestos que sumaron US$ 5.825 millones en 2007 (Pérez & Álvarez, 2009). Considérese que, en Colombia, la gasolina debe ser mezclada con un 10% de etanol y que la Organización Ardila Lülle es propietaria del ingenio del Cauca Incauca, además de tener participación en otros dos ingenios, lo que le garantiza controlar el 65% de la producción de etanol en Colombia (Pérez & Álvarez, 2009). Esta riqueza le es devuelta a la ciudad bajo la forma del hedor de la melaza quemada y las cenizas grises que llueven del cielo luego de que la caña es calcinada por mano de obra mal pagada. Los helicópteros patrullan ese mismo cielo para asegurar que la incesante extracción de riqueza continúe impertérrita
Esta es en buena medida historia por escribir, memoria desatendida. La cruel desigualdad social que mantiene funcionando la máquina del monocultivo es casi del todo ignorada en textos de historia, política pública y medios de comunicación tradicionales. No obstante, esta despiadada desigualdad está profundamente gravada en cuerpos y sustentos. Las economías extractivas son crueles no solo porque recurren a medios violentos cuando se sienten amenazadas, sino porque operan a través de insidiosas jerarquías de exclusión.
Un ejemplo: en Cali hay 2,6 m2 de espacio público por habitante (la OMS recomienda 16 m2). Sin lugares de encuentro, el debate público y las redes de solidaridad son cortocircuitadas. Por tanto, los manifestantes en Colombia están haciendo uso de paredes y vías como superficies donde escribir la contra-memoria de una ciudad construida sobre la exclusión. Es diciente que, a principios del siglo XX, los estados-nación hayan patrocinado el muralismo. México, por ejemplo, recurrió a murales para reflejar la narrativa más o menos coherente de un país mestizo. Sin embargo, ya en la década de 1930, Ignacio Gómez en Colombia y Laureano Guevara en Chile, inspirados en muralistas mexicanos como Rivera y Siquieros, enseñaron cómo socializar el arte y consolidar el trabajo colectivo por medio de murales (Cortés, 2016; Solano, 2013).
Los murales han sido de gran importancia para los movimientos sociales latinoamericanos. En Chile, han representado los valores, anhelos y sueños de varias generaciones que han luchado por la paz y la igualdad (Rolston, 2011; Cortés, 2016). El muralismo colombiano se ha revitalizado debido al trabajo de artistas y ciudadanos del común, la mayoría de ellos jóvenes, que se han tomado las calles para hacer el duelo por las víctimas del conflicto, así como registrar aquellas memorias de crueldad y exclusión que son sistemáticamente negadas por las elites urbanas (Rolston & Ospina, 2017). Estos murales dan voz a una generación que canta que no tiene miedo de protestar pues el futuro les ha sido arrebatado.
Los caleños están pintando estas memorias desatendidas en paredes y principales intersecciones de la ciudad. Muchos de estos murales, carteles y grafitis rinden tributo a los que han sido asesinados durante las protestas, y demandan que el gobierno invierta en educación y salud públicas, enjuicie a los culpables de crímenes de Estado y respete el proceso de paz. Algunos murales han sido cubiertos por la policía solo para volver a ser pintados durante la noche. En esos muros la memoria del paro está en juego pues en ellos se está imaginando una sociedad futura menos cruel y más incluyente.