#WARONPEACE, @AlvaroUribeVel: The Barking Tweets of Paramilitary Populism

From the Series: The Colombian Peace Process: A Possibility in Spite of Itself

Photo by Primicia Diario. Supporters of peace march in Bogotá.

Former Colombian President Álvaro Uribe Vélez has 3.5 million followers on Twitter (as of January 2015). To put this impressive quantity in perspective, that is more followers than any other Colombian living in Colombia (which excludes Shakira) and is equivalent to seven percent of the country’s population. Since leaving office in 2010, Uribe has traded in his presidential podium for a virtual one on Twitter. He has used that virtual podium to lambast Juan Manuel Santos, his all-but-anointed successor in the 2010 election, for negotiating with the Revolutionary Armed Forces of Colombia (FARC).

The migration of politics onto social media platforms, especially Twitter, occurred relatively suddenly over the past five years and has had a pervasive impact on the strategies, tactics, and practices of Colombian politics. As an emergent phenomenon, the Twitterization of politics calls out for interpretation. However, the diversity of actors embracing the medium, the limited history of its emergence, the difficulty of locating the phenomenon in an offline space, and the dizzying array of texts in circulation at any given moment combine to arrest the hermeneutic impulse. These are some of the issues that I wrestle with as I conceptualize a research project on the role of Twitter in the realignment of Colombian politics that will follow a peace accord. The virtual utterances of @AlvaroUribeVel that attempt to torpedo the peace process are an obvious place to start.

Since leaving the presidency and becoming a senator, Uribe’s connections to paramilitarism have become an acrimonious subject of ongoing public debate. What has received less attention is how his brand of populism, ironically, dovetailed with that of his adversary, former Venezuelan President Hugo Chávez. The enmity between the two and their mutual penchant for showmanship have conspired to militarize the border on a few occasions. What this performance of brinksmanship concealed was that both used their own brands of populism to compensate for the fact that each had usurped power from traditional ruling elites.

In Colombia, Bogotá’s ruling families temporarily ceded power so that Uribe, a provincial landlord, might conduct the dirty work of an unscrupulous counterinsurgency. “The majordomo left and the owner has come back” is one popular phrasing of the transition from Uribe to Santos in 2010. The owner in this metaphor is President Santos, whose political pedigree dates to the independence era.

Central to Santos’s narrow defeat of Uribe’s puppet, Oscar Iván Zuluaga, in the May 2014 election is the curious story of a hacker working for the Zuluaga campaign who is now under arrest. That story is too convoluted to recount here, but the most troubling allegation to arise from the intrigue is that a special cell of senior military officers who were in contact with the former president had been plotting to create a new armed group to sow unrest in the eventuality that the government reached an agreement with the FARC (AFP 2014). The vitriol that Uribe spews from his Twitter account goes beyond promoting opposition to the peace process to creating the conditions for future violence. His is a war on peace, waged 140 characters at a time.

Uribe’s campaign of hyperbole and disinformation has not relented for the past three years. His tweets border on hysterics and increasingly dispose with the pretense of deliberative discourse. The paradigmatic example of this mania is Uribe’s accusation that Santos, a scion clearly beholden to entrenched economic interests, has capitulated to #CastroChavismo. The allegation echoes right-wing media discourses in the United States that posit Obama as a socialist, in a discursive move that is as absurd as it is polarizing. (In the wake of détente between the United States and Cuba, Twitter users ridiculed Uribe’s phrase “Castro Chavismo” with the hashtag #CastroObamaChavismo).

Screenshot of #CastroObamaChavismo, taken on January 9, 2015.

One psychoanalytic reading of Uribe’s accusation is that it displaces his own anxieties about the affinities between his political persona and the cult of personality that is chavismo—but that is another essay. (For a more extended discussion of Uribe and Chávez’s overlapping forms of populism see Bandieri 2009.)

What has eluded most commentators is that the Santos-Uribe split has reanimated the liberal-conservative divide of Colombia’s mid twentieth-century violence. The right wing in Colombia, led by @AlvaroUribeVel, is forecasting a bloody post-conflict period. They are not only forecasting that future, but producing it through discursive violence on Twitter. Uribe’s tweets are like a Rottweiler’s bark, a far cry from the chirping bird depicted in the Twitter logo. Or perhaps the better metaphor is indeed that of pájaros (birds)—the term for paramilitaries on the extreme right in the 1950s that killed liberals and disfigured their corpses. Uribe may not like the prospect of a peace agreement with the FARC, but that does not give him the right to drag Colombia back into the bloodiest part of its past.

#GUERRALAPAZ, @AlvaroUribeVel: Los Ruidosos Tweets del Populismo Paramilitar

El expresidente colombiano Álvaro Uribe Vélez tiene 3.5 millones de seguidores en Twitter (en enero de 2015). Para poner en perspectiva esta impresionante cifra, se trata de más seguidores que cualquier otro colombiano que habite su país (esto excluye a Shakira) y es equivalente al siete por ciento de la población colombiana. Desde su cese de actividades como presidente en el 2010, Uribe ha intercambiado su podio presidencial por uno virtual en Twitter. Uribe ha usado este podio virtual con el objetivo de arremeter en contra de Juan Manuel Santos, su todo menos consagrado sucesor en las elecciones del 2010, por negociar con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

La migración de la política a las plataformas de redes sociales, especialmente Twitter, fue relativamente repentina durante los últimos cinco años y ha tenido un impacto penetrante en estrategias, tácticas y prácticas de la política colombiana. Como fenómeno emergente, la “Twitterización” de la política demanda interpretación. Sin embargo, la diversidad de los actores involucrados en el medio, la limitada historia de su emergencia, la dificultad de localizar el fenómeno en un espacio offline, y la increíble variedad de textos en circulación en cualquier momento dado se combinan para frenar el impulso hermenéutico. Éstos son algunos de los asuntos con los que lidio a medida que conceptualizo un proyecto de investigación acerca del rol de Twitter en el realineamiento de la política colombiana posterior a un acuerdo de paz. Las declaraciones virtuales de @AlvaroUribeVel que intentan derribar el proceso de paz son un lugar obvio para empezar.

Desde que Uribe dejó la presidencia (ahora es senador de la República), sus conexiones con el paramilitarismo se han convertido en un tema espinoso en el curso del debate público. Lo que ha recibido menor atención es cómo su forma de populismo, irónicamente, encaja con aquella de su adversario, el expresidente Hugo Chávez. La enemistad entre los dos y su mutua afición por la teatralidad han conspirado para militarizar la frontera en algunas ocasiones. Lo que esta arriesgada forma de política ha ocultado es que ambos usaron sus propias marcas de populismo para compensar el hecho de que cada uno había usurpado el poder de las élites tradicionales.

En Colombia, las familias gobernantes cedieron el poder, temporalmente, para que Uribe, un terrateniente de la provincia, pudiera llevar a cabo el trabajo sucio de una contrainsurgencia inescrupulosa. “Se fue el mayordomo, y llegó el dueño (de la finca)”, es uno de los dichos populares de la transición de Uribe a Santos en el 2010. El dueño en esta metáfora es el presidente Santos, cuyo pedigrí político se remonta a la época de independencia.

Fundamental para la estrecha derrota del títere de Uribe, Oscar Iván Zuluaga, en las elecciones de mayo del 2014 fue la curiosa historia de un hacker que trabajaba para la campaña de Zuluaga y que está ahora bajo arresto. Se trata de una historia demasiado intrincada para reproducirla aquí, pero la acusación más preocupante que surge de la intriga es que una célula especial de oficiales militares de alto rango que estaba en contacto con el expresidente ha venido conspirando con el objetivo de crear un nuevo grupo armado para sembrar disturbios en la eventualidad de que el gobierno llegue a un acuerdo con las FARC (AFP 2014). El veneno que Uribe escupe en su cuenta de Twitter va más allá de promover la oposición al proceso de paz, hacia la creación de condiciones para la violencia en el futuro. La suya es una guerra a la paz, librada en 140 caracteres cada vez.

La campaña de hipérbole y desinformación de Uribe no ha cedido en los últimos tres años. Sus tweets rayan en la histeria e ignoran cada vez más la pretensión de un discurso deliberativo. El ejemplo paradigmático de esta manía es la acusación de Uribe de que Santos, un vástago claramente articulado con intereses económicos arraigados, se ha rendido ante el #CastroChavismo. La acusación se hace eco de los discursos de los medios de derecha en Estados Unidos que postulan a Obama como un socialista, en un movimiento discursivo que es tan absurdo como polarizante. (A raíz de la distensión entre los Estados Unidos y Cuba, los usuarios de Twitter ridiculizaron la frase de Uribe “Castro Chavismo” con el hashtag #CastroObamaChavismo).

Una lectura psicoanalítica de la acusación de Uribe es que ésta desplaza sus propias ansiedades sobre las afinidades entre su persona política y el culto a la personalidad que es el chavismo —pero ése es tema para otro ensayo. (Para una discusión más extensa sobre las convergencias entre las formas de populismo de Uribe y Chávez, ver Bardieri 2009).

Lo que ha eludido a la mayoría de los comentaristas es que la división Santos-Uribe ha reanimado la polarización liberal-conservador de la violencia de mediados del siglo XX en Colombia. La derecha en Colombia, liderada por @AlvaroUribeVel, está vaticinando un periodo sangriento de posconflicto. No sólo están prediciendo este futuro, sino también gestándolo a través de la violencia discursiva en Twitter. Los tweets de Uribe son como los ladridos de un rottweiler, un llamado a la distancia proveniente del canto del pájaro que representa el logo de Twitter. O quizá la mejor metáfora es en efecto aquella de los Pájaros —el término para referirse a las paramilitares de la extrema derecha en los años cincuenta que asesinaban liberales y desfiguraraban sus cadáveres. Tal vez a Uribe no le guste el prospecto de un acuerdo de paz con las FARC, pero esto no le da el derecho de arrastrar a Colombia de nuevo hacia la parte más sangrienta de su pasado.

References

AFP. 2014. “Colombia Indagará Denuncias de 'Hacker' que Involucra a Exfuncionarios.” El Universal, August 25.

Bandieri, Diego. 2009. “Uribe y Chávez o la Lucha por la Nominación: Un Análisis en Clave Populista de sus Lógicas Políticas.” Política Latinoamericana, June. Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.