La policía y sus monstruos
From the Series: A la izquierda del poder
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El documental Transfariana (2023) explora cómo, de manera aparentemente inesperada, dos actores sociales tan disímiles como las personas trans y los guerrilleros terminaron representando un riesgo en la imaginación de la derecha colombiana. Movimientos religiosos, críticos al proceso de paz entre las FARC-EP, señalaban que los acuerdos estaban promoviendo el “comunismo” y la “ideología de género” poniendo en riesgo la unidad básica de la sociedad colombiana: la familia. En efecto, estos dos sectores sociales sin relación formal o política—mujeres trans en Bogotá y guerrilleros rurales de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC)—llegaron a ser figuras centrales en el pensamiento de aquellos que se oponían al acuerdo de paz por su posición compartida como subalternos que resisten frente a las instituciones armadas: Policía y Ejército.
Sin embargo, en el documental hay un momento que pareciera apuntar en un sentido distinto. En la escena, un policía habla sobre la importancia de hacer el trámite de cambio de la cédula a un grupo de mujeres trans en el barrio Santa Fe, la zona de tolerancia en Bogotá. De manera amistosa, el policía intenta hacerles entender que si hacen ese trámite la policía no las volverá a molestar. Las mujeres parecen no prestarle mucha atención, pero el policía insiste. Al final de la escena, con mucha determinación y contradiciendo lo que acababa de exponer, el policía concluye: “Hombre que se vista como mujer, actúe como mujer, se identifique como mujer, así su cédula de ciudadanía diga que es un hombre, debe ser tratada como…” Allí el policía hace una pausa y las asistentes responden “como una mujer”. Es un momento climático, donde hay aplausos y pareciera ser como si efectivamente, de un momento a otro, la policía reconociera los derechos de las personas trans.
Si alguien piensa en las reconocidas violencias que la población trans ha sufrido por parte de la policía, no le quedaría más que concluir que el discurso del policía esa noche en Santa Fe es un acto contradictorio. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la policía se representa a sí misma como algo más que un cuerpo armado. Por ejemplo, en el código de ética de la policía, en el artículo 12, donde se mencionan las directrices éticas se dice que frente a la población en general “implementamos mecanismos para abrir espacios de integración y participación que permitan a la comunidad conocer y ser corresponsables en los procesos y procedimientos de la Institución”. Como parte de este tipo de estrategia de autodefinición los policías no sólo se comportan, sino que también se representan a sí mismos como sensibles al cambio, a las diversidades, y a las minorías.
Por ejemplo, el agente Cooper es un perro policía que ayuda al fortalecimiento de la confianza ciudadana en Barranquilla. También hay policías que pueden conseguir una silla de ruedas o que le pueden cumplir el sueño de un niño de ser policía por un día. También hay operativos encubiertos de la orquesta o de la sinfónica de la policía, acciones encaminadas a representarse de manera similar al agente de aquella escena. Aparentemente, este tipo de estrategias parecieran querer encuadrar con políticas de la izquierda, por ejemplo con la “policía humana” planteada en la administración de Petro.
Sin embargo, en un video oficial del 2023, aparece un comunicado de los últimos cinco directores de la Policía Nacional de Colombia, asegurando que a pesar de los cambios de gobierno, la policía va a perdurar, que “no hay ningún rincón de la patría que no haya sido regada con la sangre generosa de sus hombres. La policía es el gran bastión de la democracia”; una autorrepresentación en la cual la institución policial pareciera contener algún tipo de esencia que trasciende los gobiernos de turno, sobre todo un gobierno de izquierda. Aquí la institución es un núcleo que sobrevive al cambio al tiempo que resiste al momento histórico que significa la llegada de un gobierno popular de izquierda al poder.
En el día de la celebración de su victoria, Petro y Márquez fueron acompañados por Jenny Alejandra Medina, madre de Dilan Cruz, un jóven asesinado por el Escuadrón Móvil Antidisturbios de la Policía Nacional (ESMAD) en las protestas urbanas de 2019, un levantamiento liderado por jóvenes que demandaban, entre otras cosas, rendición de cuentas para hacer frente a la violencia policial. Al mismo tiempo, el gobierno del Pacto Histórico, llevado al poder por coaliciones improbables y por una crítica fuerte de la violencia del Estado, termina nombrando como comandante de la Policía Nacional a Henry Sanabria, un evangelista homofóbico y de derecha. Al tiempo que promete la transformación radical de la policía, el giro a la izquierda coexiste con el establecimiento que produce a mujeres trans y ex-guerrilleros como monstruos.
En los últimos minutos de Transfariana hay una escena de funeral. Mujeres de la Red Comunitaria Trans cargan un enorme cuerpo de mujer hecho de un plástico negro por las calles de Santa Fe, una demostración de luto público. Nos explica Daniela Maldonado Salamanca, que “es sobre ese cuerpo que pasan todas esas violencias…por eso cargamos un cuerpo de una mujer trans, hecha de todas las partes de muchas compañeras.” Empalmada por las escenas de la marcha en Bogotá, hay imágenes del entierro de Bernardo Jaramillo Ossa, candidato de la Unión Patriótica (UP) asesinado en 1990, parte de un genocidio político de la UP, entre ellos muchas excombatientes, llevado por agentes de seguridad del Estado y paramilitares. Encima de esas escenas de luto van las palabras de Jaramillo: “No se puede hablar de paz y ser consecuente con la paz cuando no se castiga ejemplarmente a los miembros del Estado comprometidos con la violencia hacia la población civil".
En medio del luto de la escena quedan en evidencia dos dimensiones de la institución policial, la marcial y la humanitaria. Esta última, como una autorepresentacion que permite legitimar y expandir el poder policial, al tiempo que la institucion pareciera no replantearse profundamente su relación con excombatientes, jóvenes negros, mujeres trans, consumidores de drogas, y otras poblaciones marginalizadas. Como escribe Marisol LeBrón, las políticas públicas de seguridad producen los “monstruos” de la Sociedad como amenazas al bienestar del pueblo y cultivan “ciertas vidas a expensas de otras”. La “devaluación de esas vidas y muertes” naturaliza la “distribución desigual de la oportunidad y del daño” y refuerza la noción de que “no todas las vidas son vivibles, ni todas las muertes son sufribles” (2022: 71). Fue precisamente para movilizar una crítica hacia este devaluación de las vidas “monstruosas” que miembros de la Red Comunitaria Trans crearon Toloposungo (por Todos los Policías son Unas Gonorreas) un movimiento abolitionista trans y marica contra la violencia policial.
Haciendo referencia explícita a la monstruosidad, en una escena de reunión después de los acuerdos de paz, una mujer fariana habla con un grupo de mujeres trans bogotanas.[1] “Las FARC siempre han sido monstruos y eso es lo que los medios han vendido. Y lo mismo pienso que han hecho con ustedes…tanto las FARC son unos monstruos como ustedes son unos monstruosos ante la Sociedad.” Todos se ríen.
Esos movimientos y esos actores “monstruosos”— “maricas y revolucionarios,” como dijo Matilde en Transfariana— también abrieron camino para la victoria del Pacto Histórico. Tal vez el giro a la izquierda es el momento para escuchar a aquellos que han sido considerados monstruos.
[1] Nosotros acompañamos a estos movimientos criminalizados y “monstruosos:” una colectiva de mujeres trans en Bogotá y ex-guerrilleros de grupos armados criminalizados (entre ellos miembros del partido político de la antigua FARC) en Bogotá.
The documentary Transfariana (2023) explores how trans people and guerrilla combatants unexpectedly came to represent a risk in the imagination of the Colombian Right. Religious movements critical of the peace process with the Revolutionary Armed Forces of Colombia (FARC) argued that the peace accords promoted both “communism” and “gender ideology,” threatening the foundation of Colombian society: the family. Though they had no formal political relationship, trans women in Bogotá and rural guerrilla combatants of the FARC became central figures in the discourse of those who opposed the peace accords, as oppressed groups and targets of the state’s monopoly over the means of violence: the police and the military.
There is, however, a moment in Transfariana that appears to contradict this. A uniformed police officer speaks to a group of trans women in Santa Fe (a safe zone for sex work in downtown Bogotá) trying to convince them to change their names on their identification cards. His tone is friendly; the officer promises that if the women update their IDs, the police will not bother them anymore. The women don’t seem to be paying attention, but the officer continues. He concludes, contradicting himself, “A man that dresses like a woman, acts like a woman, identifies as a woman, even if her ID says that she is a man, should be treated as…?” The policeman pauses and the audience responds, in unison, “as a woman.” There is applause. For a fleeting moment it seems that the police have suddenly recognized the rights of trans people.
If we think of the well-documented violence that police routinely direct at trans people, we may conclude that the policeman’s speech that night in Santa Fe is contradictory. What we can understand from this scene is that the police represent themselves as much more than an armed unit. For example, Article 12 of the Ethical Code of the Colombian National Police includes ethical guidelines for the implementation of “mechanisms to open spaces of integration and participation that allow the community to know and share responsibility for the processes and procedures of this institution.” As part of these strategies of self-definition, police officers represent themselves as sensitive to social change, diversity, and minoritized people.
One example is Agent Cooper, a police dog who is part of a strategy to build trust between citizens and the police in Barranquilla. And this is just one example of many: police might donate a wheelchair to a disabled citizen, or carry out covert actions with members of the orchestra or the police symphony, or make a child’s dream to be a police officer for a day come true. These strategies appear to fit neatly with the Left’s approach to policing, including the proposal for “human/e policing” (a slogan that borrows from the Pacto Histórico’s [Historic Pact] platform, Colombia Humana) proposed by the Petro administration.
Yet in a 2023 official video, the five most recent commanders of the National Police reassure viewers that despite the change in government, the police will endure. “There is no corner of this country that has not been bathed in the generous blood of our men… the police are the great bastion of democracy.” Here, they represent police power as transcending changing governments—specifically, a Left government. In this communiqué, the institution is an essential core that resists change and endures the historic arrival to power of a left government.
At their victory party the night of the elections, Petro and Márquez were accompanied by Jenny Alejandra Medina, the mother of Dilan Cruz, a high school student murdered by the Colombian National Police Mobile Anti-Riot Squad (Escuadrón Móvil Antidisturbios, or ESMAD) during the protests of 2019, an uprising led primarily by young people demanding (among other things) accountability for police violence. But in August of 2022, the Pacto Histórico, brought to power by coalitions that articulated a powerful critique of state violence, named Henry Sanabria as commander of the National Police. A notoriously homophobic, ultra-right Evangelical, Sanabria was tasked with delivering the campaign’s promise to transform the institution at all costs. The promise of a radical transformation of the police co-exists with the maintenance of policing, which continues to produce both trans people and former insurgents as “monsters.”
Transfariana ends with a scene of a funeral. Women from the Trans Community Network carry the huge body of a woman made of inflatable black plastic down the streets of Santa Fe in a public staging of grief. Daniela Maldonado explains, “Here, on this body, is where the violence is committed… that is why we are carrying the body of a trans woman, made from the parts of all of our comrades.” Spliced between scenes of the protest in Bogotá are scenes from the burial of Bernardo Jaramillo Ossa, presidential candidate of the Patriotic Union (Unión Patriótica, or UP) assassinated in Bogotá in 1990. His murder was part of the political genocide of the UP, killings that targeted party members (including many former combatants) carried out by state security agents and paramilitaries. In the background of these scenes of grief we hear Jaramillo’s voice: “You cannot talk about peace and be consistent with peace if you do not punish and make examples of the members of the State involved in violence against civilians.”
In this scene of mourning we see evidence of both the martial and the tolerant, humanitarian dimensions of policing. The self-representation of the police as the latter both legitimates and expands police power, even as the institution refuses to radically remake their relationship with ex-combatants, Black youth, trans women, people who use drugs, and other marginalized people. As Marisol LeBrón writes, public security policies produce “monsters” as threats to the well-being of the nation so that some lives are cultivated and protected at the expense of others. This “uneven distribution of opportunity and harm” reinforces the idea that “not all lives are livable, nor are all deaths grievable” (2019, 48). It was precisely to mobilize a critique of this discourse of monstrosity that members of the Trans Community Network created Toloposungo (for Todos los Policías son Unas Gonorreas, or All Police are Gonorrheas), an abolitionist trans and queer movement against police violence.
Making an explicit reference to this monstrousness, in a scene of a meeting after the peace accords, a fariana (a FARC militant and former combatant) speaks to a group of trans women from Bogotá.[1] She says, “The FARC have always been made into monsters and that’s what the media has sold. And I think they do the same to you… just as the FARC are monsters you, too, are monstrous to society.” The room erupts in laughter.
These monstrous movements— “queers and revolutionaries,” as Matilde says in Transfariana—opened the path to victory for the Pacto Histórico. Perhaps the turn to the Left is the moment to listen to those rendered monstrous.
[1] We work with these “monstrous” social movements: a collective of trans women in Bogotá and former combatants from criminalized armed groups in Bogotá’s peripheral neighborhoods, including members of the FARC’s political party.
Lachaise, Joris, director. 2023. Transfariana. Marseille: Mujo Productions.
LeBrón, Marisol. 2019. Policing Life and Death. Berkeley: University of California Press.
LeBrón, Marisol. 2022. La vida y la muerte ante el poder policial. Cabo Rojo, Puerto Rico: Editora Educación Emergente.