Ocupar la historia

From the Series: A la izquierda del poder

(English translation below)

El pasado, escribió el antropólogo haitiano Michel-Rolph Trouillot, es una posición; una perspectiva que se construye, o más bien que se produce, siempre desde y en relación con el presente (1995, 15). Dicho de otra forma, aquello que comúnmente llamamos “el pasado” o “la historia” es para Trouillot el resultado de estructuras y agencias, de fuerzas de producción y reproducción que operan siempre en el presente. Pensando con Trouillot, aquí exploro la idea de “ocupar” el presente precisamente como la práctica social a través de la cual se da la lucha por la producción del pasado por venir del primer gobierno de izquierda en la historia de Colombia — que es también la lucha popular por articular la posibilidad de la izquierda como horizonte político posible en América Latina. Por ello, a poco tiempo de cumplirse el primer año de la administración Petro-Márquez, propongo la práctica de ocupar la historia como el modo específico en que se hace necesario producir el pasado en contextos como el colombiano, como un modo fundamental de crear futuros y por ello mismo nuevos mundos.

La importancia de ocupar la historia se hace palpable justamente en los momentos de fracaso. Recientemente en Chile, tal y como escribió la filósofa argentina Luciana Cadahia días después del triunfo del “Rechazo” de la nueva constitución chilena, resultado de un esfuerzo popular sin precedentes en Chile, surge la pregunta por “qué memorias se han comenzado a reactivar como contrapesos de toda esta nueva operación de suplantación y despojo [de aquello que puso en marcha el estallido social]”. El llamado de Cadahia, pensado de manera antropológica, es precisamente uno que busca hacer explícita la práctica de producción de la historia en el momento del “fracaso” de un proyecto político – en este caso, el rechazo de una constitución radicalmente igualitaria y progresista en las urnas. Es precisamente entonces, señala Cadahia, que se intensifica la responsabilidad de aquello que aquí llamamos ocupar la historia.

Este asunto viene a la mente justo ahora en Colombia, tras hacerse público el audio de una conversación telefónica que sugiere el ingreso de dineros ilegales a la campaña presidencial de Gustavo Petro, sumándose a las acusaciones de corrupción contra el presidente que se han intensificado durante los últimos seis meses. De la mano de Trouillot, mi pregunta no es si la evidencia es o no definitiva, por supuesto, no lo sabemos. En su lugar, nos preguntamos, ¿qué memorias y qué historias están siendo movilizadas en este momento? ¿Por quienes? ¿Para quién y para qué? ¿Por qué ahora? Y más allá del caso concreto, está por supuesto la pregunta de nuestro tiempo por los discursos anticorrupción y su innegable poder para colonizar la producción histórica y con ello también el futuro, entronizando algunos, haciendo imposible otros.

Parte del poder de los discursos anticorrupción es precisamente su capacidad de ocupar a través de abstracciones moralizantes que remueven la política del campo de conflictos sustantivos por las ideas, por lo justo y lo injusto, reduciendo no sólo gobiernos sino proyectos políticos a ideas sobre el bien y el mal que paradójicamente parecen usurpar la política y con ello ha posibilidad de otras historias. Pero como bien lo sugiere Cadahia, cambiar el relato no es lo mismo que invertirlo o negarlo , en este caso la acusación en contra de la campaña del presidente Petro por el uso indebido de dineros de la mafia, sino exponer cómo se produce y reproduce.

El lenguaje de la corrupción es también el lenguaje político común de nuestro tiempo, obsesivo con la responsabilidad individual, esa forma de subjetivación tan característica del presente continuo neoliberal. Como el discurso forense de la policía, la lucha anticorrupción nos permite obsesionarnos a nuestras anchas con el asesino, reduciendo la víctima a un vehículo de evidencia.

A nivel global también es un discurso camaleónico que desplaza otros lenguajes políticos, incluido el de la justicia. Por ejemplo, el progresismo contemporáneo se repliega sin dificultad con el discurso anticorrupción de la derecha y “la posibilidad de usar la rendición de cuentas como una estrategia que permite defender públicamente valores como la “transparencia” y la “decencia de regímenes profundamente oscuros e injustos”. Su terreno es justamente aquél en que “auditorías, investigaciones y evaluaciones inundan la esfera pública desconectadas de cualquier posibilidad de justicia.” (Azuero Quijano 2023)

El punto aquí no es si el gobierno de Petro es o no corrupto, sino la manera como el discurso anticorrupción nos saca del terreno de la justicia histórica que abrieron el paro de 2021 y la victoria electoral del 2022 y nos devuelve a la política forzada de los consensos. ¿Quién se opone a la lucha contra la corrupción?

Este era un fracaso anunciado. No sabíamos exactamente el cómo y el cuándo, tampoco podíamos anticipar la textura concreta del escándalo, ni el ambiente enrarecido que dejaría a su paso. Lo que sí sabemos, porque es ya parte de la historia que se encuentra movilizada en este momento, es que en Colombia ha habido proyectos de democracia social que han sucumbido tras acusaciones de corrupción, tal y como fue el caso de la presidencia de Ernesto Samper entre 1990 y 1994.

Más de un gobierno de izquierda en las Américas ha caído recientemente en medio de una cruzada anticorrupción. En cada una de esas instancias la movilización de la corrupción como la lengua franca de la política salió victoriosa mientras la historia parecía desocuparse.[1] Sin embargo, la corrupción, lo corroído y descompuesto de nuestro tiempo, es una condición que más que crear condiciones aptas para el juicio o la absolución, las diluye, creando la ilusión de que este mundo injusto, radiactivo, caliente, violento, y obsceno en sus desigualdades puede resolverse usando la fórmula de un misterio policiaco a la Sherlock Holmes.

El giro del poder en Colombia no es solamente un giro a la izquierda. Es la victoria de un proyecto popular liderado por un exguerrillero cuya fórmula vicepresidencial es la lideresa negra más importante de la historia reciente de Colombia. Se trata de un proyecto falible por ocupar, es decir, que requiere del trabajo para articular, conceptualizar y narrar su historia. Esa tarea es también la producción de la historia de sus fracasos, incluidos aquellos asociados a la retórica anticorrupción.


Notas

[1] Aquí resulta evocativa la afirmación de la antropóloga Elizabeth Povinelli (2015), para quien “la corrupción es la señal de que varias formas y arreglos entre fuerzas existentes están perdiendo sus poderes de existencia”.

Occupying History

The past, wrote Haitian anthropologist Michel-Rolph Trouillot, is a position. It is a perspective that is constructed, or rather produced, always from and in relation to the present (1995, 15). In other words, what is commonly referred to as “the past” or “history” is, for Trouillot, the result of structures and agencies, of forces of production and reproduction, operating in the present. Thinking with Trouillot, I explore here the idea of “occupying” the present precisely as the social practice through which the struggle for the “future past” of the first left-wing government in the history of Colombia takes place—which is also the popular struggle to articulate the possibility of the Left as a political horizon in Latin America. As we mark the first year of the Petro-Márquez administration, I propose the practice of occupying history as a mode of producing the past of the left in contexts like Colombia, as well as a fundamental way of creating futures and, therefore, new worlds.

The importance of occupying history becomes palpable precisely in moments of failure. Recently in Chile, as the Argentine philosopher Luciana Cadahia wrote days after the “Rechazo” (rejection) of the new Chilean constitution, the result of an unprecedented popular process in Chile, the question arises of “what memories have begun to be reactivated as counterweights to this new operation of supplantation and dispossession [of what set in motion the social uprising].” From an anthropological perspective, Cadahia’s call seeks to make explicit the practice of producing history at the moment of “failure” of a political project—in this case, the rejection of a radically egalitarian and progressive constitution at the polls. It is precisely then, Cadahia points out, that the responsibility of what I call “occupying history” is intensified.

This question comes to mind right now in Colombia, following the release of an audio recording suggesting illegal contributions to Gustavo Petro’s presidential campaign, which adds to the corruption allegations against the president that have intensified over the past six months. Following Trouillot, my question is not whether the evidence is definitive or not; of course, I do not know. Instead, I ask, what memories and stories are being mobilized at this moment? By whom? For whom and for what? Why now? And beyond the specifics of the case, how do anti-corruption discourses and their undeniable power colonize historical production and, thus, the future, enshrining some and making others impossible?

Part of the power of anti-corruption discourses is precisely their ability to occupy through moralizing abstractions that remove politics from the realm of substantive conflicts over ideas and over what is just and unjust. This reduces not only governments but also political projects to ideas about good and evil that paradoxically seem to usurp politics and, with it, the possibility of other histories. But as Cadahia suggests, changing the narrative is not the same as inverting it (in this case, for example, denying the accusation against President Petro’s campaign), but rather exposing how it is produced and reproduced.

The language of corruption is the common political language of our time, obsessed with individual responsibility, that characteristic form of subjectivation in the ongoing neoliberal present. Like the forensic discourse of the police, anti-corruption investigations allow us to obsess freely over the perpetrator, reducing the victim, if they are visible at all, to a medium for evidence.

At a global level, corruption is a chameleon-like discourse that displaces other political languages, including that of justice. Contemporary progressivism, for example, easily aligns itself with the anti-corruption discourse of the right and the “possibility of using accountability as a strategy that allows publicly defending values such as ‘transparency’ and the ‘decency’ of deeply dark and unjust regimes.” Its terrain is precisely that in which “audits, investigations, and evaluations flood the public sphere disconnected from any possibility of justice” (Azuero-Quijano 2023).

The point here is not whether Petro’s government is corrupt or not, but rather how the anti-corruption discourse takes us away from the terrain of historical justice opened up by the 2021 strike and the 2022 electoral victory while throwing us back to the forced politics of consensus. After all, who opposes the fight against corruption?

This was also a failure foretold. We didn’t know exactly how and when, nor could we anticipate the specific texture of the scandal or the tense atmosphere it would leave behind. What we do know, because it is already part of the history that is being mobilized at this moment, is that in Colombia other projects of social democracy have succumbed to corruption allegations, as was the case with the presidency of Ernesto Samper between 1990 and 1994.

More than one left government in the Americas has recently fallen amidst an anti-corruption crusade. In each of those instances, the mobilization of corruption as the lingua franca of politics emerged victorious while history seemed to be vacated.[1] However, corruption, as a condition of our apparently corroded and decomposed political moment, promises accountability and resolution. Yet, rather than creating suitable conditions for judgment or absolution, anti-corruption discourse dilutes both, creating the illusion that this unjust, radioactive, hot, violent, and obscene world and its inequalities can be resolved using the formula of a detective mystery, Sherlock Holmes style.

The shift in power in Colombia is not only a shift to the Left. It is the victory of a popular project led by a former guerrilla whose vice-president is the most important Black leader in recent Colombian history. It is a project that is susceptible to occupation, that is, it requires the work of articulating, conceptualizing, and narrating its history. This task is also the production of the history of its failures, including those associated with anti-corruption rhetoric.


Notes

[1] The statement of Elizabeth Povinelli (2015), for whom “corruption is the signal that various forms and arrangements among existing forces are losing their powers of existence,” seems apt here.

References

Azuero Quijano, Alejandra. 2023. El paro como teoría: Historia del presente y estallido en Colombia. Barcelona: Herder Editorial.

Cadahia, Luciana. 2022. “Insistir, resistir, persistir” Jacobin Latinoamérica, September 20.

Povinelli, Elizabeth A. “Windjarrameru, the Stealing C* nts.e-flux 21, no. 65: 1–6.

Trouillot, Michel-Rolph. 1995. Silencing the Past: Power and the Production of History. Boston: Beacon Press.