(Con traducción al español)

The 2021 Colombian national strike is referred to as el paro nacional. The noun paro derives from the verb parar, to stop. The protests and generalized social unrest have been met with policing and military crowd control tactics in a violent bid to return to the systemic rhythms of the status quo. Yet with continuous blockades of main arteries and the disruption of labor patterns, protesters have jammed the cog of business-as-usual in Colombia. Their point comes across clearly: the country’s performance of democracy is not working for the masses of working and middle-class Colombians desperately looking for ways to be heard (llamar la atención) and taken seriously by government officials.

As expected, the global pandemic has disproportionately affected economically precarious sectors the hardest. A little over a year after lockdown restrictions began in Colombia, the government proposed an emergency tributary tax reform that—designed without a consensus across political parties and without popular support—would mean further hardships for much of the lower-income socioeconomic strata in the country. Although representatives across the political spectrum agree that a tributary reform is necessary amid the global pandemic, the proposed 19 percent tax reform was nothing short of an economically regressive tributary restructuring in a country where 42.5 percent of the population are considered living in poverty.

On April 28, 2021, in opposition to the tax reform, a new national wave of protest took place—drawing from the momentum of the 2019 protests and the 2013 student mobilizations—which brought together a broad array of ethnic groups, urban classes, and age demographics. Nevertheless, the tax reform was just one of the many reasons people took to the streets.

Since April 28th, the protests have gathered strength, continuing until the present moment. The protestors have been met by a backlash of state repression that has forced international human rights organizations and NGOs to intervene and call for sanctions against President Iván Duque’s administration. A plethora of video clips capturing state violence, plainclothes paramilitaries shooting at protesters next to police protectors, and other extra-judicial acts of violence aimed at protestors have gone viral. The #SOSColombia hashtag circulates widely on social media platforms, bringing to light the state of violence currently unfolding on a national and international stage. At least forty-three people have been killed since the protests began (other estimates are closer to seventy), and 379 people were initially reported missing. From April 28th to May 31st, 3,789 cases of police abuse were documented. Arbitrary detention has been a widespread problem since the protests began, as 1,200 people were charged and detained and another 5,500 taken to custody under a civilian “protection” legal provision.

On May 17th, President Duque ordered military assistance to Cali, Colombia’s third-largest city where much of the confrontations have unfolded. This form of military assistance has been identified by many analysts as a state of exception whereby habeas corpus, human rights, and international humanitarian law can be suspended.

Following the announcement in Cali, this unofficial state of exception has been extended to urban centers nationwide, echoing Cold War–era counterinsurgency techniques characteristic of Colombia’s decades-long internal armed conflict. As with the country’s military forces, the very training and perspective of the national police frame civilian unrest as a threat to national stability and security. Since the 1950s, the national police has been lodged within the Ministry of Defense alongside the military; it is a force built for war.

As political violence continues to unfold, another line of concern has to do with the silence for the most part from the U.S. administration regarding the human rights abuses during the protests. The United States has a long history of providing counterinsurgency training, military assets, and other financial assistance to Colombia. Most recently, the Biden administration’s 2022 foreign aid request includes 140 million USD in further assistance for the national police, a strong signal that the United States will not be holding the current administration responsible for its abysmal human rights record.

The gains of el paro nacional (including the toppling of the aforementioned regressive tax reform and a planned health reform) and momentum of the protests in the face of ongoing violence have a lot to do with multiple societal sectors coming together while sharing an absolute distrust of the Duque administration. Comprising a heterogeneous set of clusters within civil society, the national protests are not some cabal of the organized political left. Instead, protest demands span from calls for systematic reforms to address police brutality, to curb widespread government corruption, and to pass progressive laws in the realms of the environment, education, and healthcare.

The dispatches in this series provide first-hand responses of life amid the paro nacional and the kind of worlds being re-made in the thick of uncertainty.

Introducción

Este texto fue traducido por Daniel Villegas

El término empleado para referirse a la huelga del 2021 en Colombia es "el paro," del verbo "parar," es decir, "detener." La protesta y el descontento social generalizado han sido recibidos con tácticas anti-disturbios policiales y militares en un intento violento de retornar a los ritmos sistémicos del status quo. Sin embargo, ha sido a través de los bloqueos permanentes en las arterias principales y de la disrupción de los patrones de trabajo tradicionales que los manifestantes han trabado los mecanismos sociales y económicos de la nación. Su mensaje es claro: la puesta en práctica de la democracia en el país no está funcionando para las masas de colombianos y colombianas de las clases media y trabajadora, quienes buscan desesperadamente la manera de llamar la atención del Gobierno, ser escuchadas y tomadas con en serio por los dirigentes.

Como era de esperarse, la pandemia global ha afectado de manera desproporcionadamente fuerte a los sectores más precarizados. Poco después de que las restricciones a la circulación se impusieran en Colombia, el Gobierno introdujo una reforma tributaria – diseñada sin consenso entre los partidos políticos y sin el apoyo popular – que terminaría produciendo mayores dificultades para la mayoría de los estratos socioeconómicos más bajos del país. Aunque existe consenso entre los representantes de todos los partidos políticos sobre la necesidad de una reforma tributaria durante la pandemia global, la propuesta de un impuesto a las ventas del 19% es a todas luces una reestructuración tributaria regresiva, en un país donde el 42.5% de la población vive en la pobreza. El 28 de abril de 2021 se elevó una ola de protesta en contra de esta reforma tributaria, impulsada por las protestas del 2019 y las movilizaciones estudiantiles del 2013, que congregó una amplia serie de grupos étnicos, clases urbanas y segmentos demográficos. Sin embargo, la reforma tributaria era apenas una de las muchas razones por las cuales la gente se lanzó a la calle

Desde el 28 de abril, las protestas han ganado fuerza y continúan hasta el día de hoy. La respuesta ante las manifestaciones ha sido un redoblamiento de la represión estatal que ha requerido la intervención de organismos internacionales de Derechos Humanos y ONGs quienes han exigido a los países aliados el imponer sanciones al gobierno del presidente Iván Duque. En redes se ha viralizado un sinnúmero de videos que muestran la violencia estatal, como son los paramilitares vestidos de civil que disparan junto con la policía a los manifestantes y otros actos de violencia extra-judicial. En las plataformas circula el hashtag #SOSColombia que ha llamado la atención nacional e internacional sobre los niveles de violencia que se han alcanzado. Al menos 43 personas han sido asesinadas desde el comienzo de la violencia (otras fuentes calculan cerca de 70) y 379 personas han sido reportadas como desaparecidas. Entre el 28 de abril y el 31 de mayo se documentaron 3789 casos de abuso policial. Las detenciones arbitrarias se han extendido problemáticamente desde el comienzo de las protestas: 1200 personas fueron arrestadas, mientras otras 5500 fueron privadas de su libertad y llevadas a centros de detención bajo la figura del "traslado preventivo."

El 17 de mayo, el presidente Duque ordenó enviar asistencia militar a Cali, la tercera ciudad más importante del país, donde han ocurrido la mayoría de las confrontaciones. Para muchos analistas, esta figura de asistencia militar constituye un estado de excepción en el cual podrían suspenderse el habeas corpus, los derechos humanos y la ley humanitaria internacional.

Tras el anuncio en Cali, este estado de excepción no oficial se ha extendido a todas las aglomeraciones urbanas a nivel nacional, donde las tácticas bélicas de represión por parte del Estado hacen eco a las técnicas de contrainsurgencia de la Guerra Fría. Tal y como ocurre con las fuerzas militares en el país, la perspectiva que orienta el entrenamiento de la Policía Nacional hace del descontento social una amenaza a la seguridad nacional y su estabilidad. Desde la década de los cincuenta, la Policía Nacional forma parte del Ministerio de Defensa – al igual que el ejército – convirtiéndose en una fuerza de guerra.

En medio de la violencia, existe otra preocupación con respecto al silencio de la mayoría del Gobierno estadounidense con respecto a los abusos a los derechos humanos durante la protesta social en Colombia. Los Estados Unidos tienen una larga historia de injerencia en Colombia como proveedores de entrenamiento contrainsurgente, insumos militares, y otras formas de asistencia financiera. De éstas, la más reciente es la petición por parte del Gobierno de Biden para apoyo extranjero (Foreign Aid Request) para el 2022 que incluye 140 millones de dólares para la Policía Nacional de Colombia, una señal de que los EE UU no podrían no culpabilizar a la institución por su pésimo récord de abusos a los derechos humanos.

Los logros del paro nacional (que incluyen haber tumbado no sólo la reforma tributaria mencionada anteriormente sino también una propuesta de reforma estructural al sistema de salud) y el impulso de las protestas en medio de tanta violencia están relacionados con la articulación de múltiples sectores sociales cuyos diversos intereses se unen en la desconfianza absoluta hacia el actual Gobierno. En tanto conjunto heterogéneo, la protesta nacional no proviene de los partidos de izquierda organizados sino que incluye demandas como reformas sistemáticas en contra de la brutalidad policial y la corrupción generalizada en el gobierno y a favor de leyes y reformas progresivas con respecto a la legislación ambiental, la educación y la salud.

Los comunicados de esta serie relatan de primera mano la vida en medio del paro nacional y los tipos de mundo que se re-construyen en medio de la incertidumbre.